IMPOSIBLE
>> jueves, noviembre 04, 2010
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se canta lo que se pierde y también lo que se sueña
Hay días en los que me gusta volver, dejar de nuevo huellas frescas en esos lugares donde fuimos felices, donde todavía puedo escuchar las cálidas notas de tu risa, o sentir el roce de tus delgados dedos sobre mi hombro, o cruzarme con tus ojos tan vivos como un río salvaje. Me gusta volver allí y observar tus pies desnudos columpiándose, y ese mechón de pelo rebelde que te besa los labios. Me gusta volver allí, donde fuimos felices, porque algo queda, porque algo debe quedar, igual que permanecen las cicatrices en la piel.
Dignidad.
El final del verano no había hecho sino precipitar los acontecimientos. Lo que hasta entonces habían sido señales confusas y diseminadas eran ya un montón de señales nulas. O, a lo peor, inequívocas.
J empezaba a sentir la derrota en su piel, las heridas abiertas y sangrantes, el cansancio acumulado en las rodillas. Pero, aún así, todavía hizo un último esfuerzo, un gesto desesperado, un último arrebato de locura heroica que cualquiera hubiese advertido inútil. Quiso conformarse, resignarse a no perderla por completo, entregarlo todo a cambio de una mínima parte de aquel amor raquítico. Pero eso ya no podía ser porque era no querer admitir una verdad diáfana y gigantesca, no aceptar la derrota y querer negociar un honorable final con la punta de la espada enemiga apoyada en tu yugular. Él, sin tan siquiera proponérselo, había querido averiguar hasta dónde puede llegar un hombre enamorado, y se sorprendió de cuan lejos puede hacerlo. Hasta perder la dignidad –si es que existe tal virtud-.
La obsesión se instaló en la cabeza de J, y la imagen de S comenzó a colonizar todos los rincones del tiempo que J permanecía despierto, ese tiempo que, a veces, pasaba con una lentitud exasperante. Una obsesión creciente, un estado de ánimo en ocasiones caótico, que convertía cada uno de sus pensamientos en una especie de cubo de Rubik. Todo estaba lleno de colores, sí, pero su desorden no hacía sino dar sentido a la palabra “rompecabezas”, y por momentos J parecía querer desafiar a Erno Rubik con los pies.
A pesar de todo era una ofuscación dulce que se extendía como un perfume, como una droga que corriera por las venas para hacerle huir de la conciencia. Porque en el fondo se trataba de eso, de huir de un pasado embarrado, de avanzar hacia un futuro que imaginaba, de forma vehemente, como un espacio ingrávido y luminoso donde dejarse ir. También era un acto de justicia –pensaba él-, un premio al jugador más audaz, al más osado. Un premio para redimirse de todos y cada uno de sus
fracasos. Y así, se fueron despertando sensaciones que parecían aletargadas, igual que una primavera tardía hace brotar de nuevo algunas flores, y eso se llama esperanza.
No sabía cómo ni de qué manera, pero J se propuso confiar en lo que no se entiende. Entonces apareció S, y se subió a un escalón para besarle, y le mostró los diamantes que guardaba en su interior, y él le inventó un nombre sólo para ella. Después de eso, J decidió pintarlo todo del color naranja que tiene la confianza.
Son tres las cosas que tengo
las que uso pa quererte:
el corazón, la cabeza
y lo que está bajo el vientre.
Las cosas que están mu claras
o no se ven o se olvían,
como no nos damos cuenta
del aire que se respira.
Lo que es posible se hace
lo que se hace se gasta.
Me gustan los imposibles,
lo imposible no se acaba.
Juan Peña
Sabiduría flamenca. Ole!
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