AULLIDOS

>> lunes, marzo 26, 2007



Es curioso pensar que el mismo miedo que no te permite estar con alguien pueda ser el mismo miedo que te deja inmóvil para no perder del todo a esa persona. Y aunque el miedo pueda ser traducido como una serie de respuestas químicas, también tiene sus propias leyes físicas, y al igual que el amor, también contiene su propia inercia.
Así es como podrían explicarse las razones de cómo C y J fueron entrando en un túnel cada vez más oscuro.
Primero lo hicieron de la mano, compartiendo temores, manteniendo una cercanía que les sirviera de escudo.
Más tarde llegó el verano para hacer de ella una isla perdida, y convertir a J en un navegante sin mapas.
Y después de esos meses llegaron por separado al mismo borde, al mismo lugar donde el camino exige, tal vez, un salto de riesgo.
J saltó, y lo hizo por dos razones. Una porque se sentía conforme consigo mismo, otra porque había entregado ya lo mejor de sí mismo. J saltó y mientras caía acercándose a la luz que marcaba la salida, escuchó a C aullando arriba en el borde. Aullando, como los lobos.

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